miércoles, octubre 11, 2006

Derecho a saber, deber de no olvidar

Jorge Julio López, el pasado 28 de julio al llegar al juzgado de La Plata.
Jorge Julio López, el pasado 28
de julio al llegar al juzgado de La Plata

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Hoy se cumplen 22 días desde la desaparición de Jorge Julio López, testigo clave en la reciente condena a cadena perpetua de un comisario de la última dictadura militar de Argentina (1976-1983). Desde entonces, Argentina sigue expectante por saber la suerte de López, cuya aparición se viene exigiendo a través de numerosas manifestaciones ciudadanas y de denuncias de organizaciones de derechos humanos.

"A partir del 18 de septiembre no hay nada más que conjeturas. Él nunca se llevaba la llave de la puerta, y ese día se la llevó", confiesa Rubén López, carpintero de 41 años, el hijo mayor de Julio, albañil jubilado de 77 años que salió de su casa antes de que se despertara su familia y con el cuchillo con el que siempre comía. Ese día iba a verle la cara a quien lo torturó 30 años atrás, el ex dirigente de Investigaciones de la policía bonaerense Miguel Etchecolatz. "Es posible que se haya asustado", anhela Rubén desde un principio. "Pero ahora ya no descarto que esté secuestrado".

Julio López, "una persona sencilla y humilde, peronista de toda la vida", según Rubén, militó sólo hasta que Etchecolatz dirigió su detención el 27 de octubre de 1976. "Antes de este maldito Proceso [como se autodenominaba la última dictadura], mi viejo iba a la unidad básica [sede partidaria peronista] que está a 200 metros de acá los fines de semana a darle a los chicos una taza de leche, entrenarlos al fútbol y hacerlos correr carreras de embolsados", cuenta Rubén, sentado en el comedor-cocina de la casa que construyó su padre. Julio vivía con su mujer, Irene, y su otro hijo, Gustavo, que cumplió 38 años el jueves pasado.

Julio fue torturado bajo la supervisión de Etchecolatz, pero se salvó de la muerte. Lo liberaron el 25 de junio de 1979 y desde entonces abandonó la política. En una carpeta de recuerdos de aquellos tiempos que, a escondidas de su familia, venía escribiendo desde hace más de 20 años, se lee: "No participo de marchas, no participo de política, sólo quiero justicia". Y también: "Los argentinos tienen que saber, no tienen que olvidar".

Hacia 1955, cuando caía el Gobierno de Juan Perón, López fue uno de los tantos argentinos que migraron del campo a la ciudad. En 1973, el peronismo volvió al poder, después de 18 años de proscripción. "En la unidad básica, mi viejo conoció a jóvenes que venían del centro de La Plata para ayudar y daban de comer a los chicos", relata el hijo mayor. Ellos bautizaron a Julio Partido Socialista, según recuerda el libro Por algo habrá sido, de su correligionario Jorge Pastor Asuaje: "Le pusimos Partido Socialista porque, en una de esas primeras reuniones en que estuvo, dijo sobre lo que estaba pasando en el peronismo: 'Esos que gritan Perón, Evita, Partido Socialista, no son peronistas'. No era un militante de jornada completa, como los más jóvenes, sino un trabajador que aportaba a las reuniones, a las pintadas y a algunas otras tareas más riesgosas, cuando hacía falta".

El 24 de marzo de 1976 se produjo el golpe militar. Medio año después desapareció la mayoría de los militantes de la unidad básica. López declaró el pasado 28 de junio en el juicio contra Etchecolatz y así relató cómo lo secuestraron, a los 47 años: "Unas 100 personas rodeaban mi casa. Golpearon atrás y rompieron la puerta, y entraron. Etchecolatz estaba en diagonal a mi casa, en el auto".

Lo subieron al coche, junto a otro detenido, y cuando llegaron a un destacamento policial, el comisario dijo: "Voy a felicitar al personal porque han agarrado a estos dos montoneros [guerrilleros de la izquierda peronista]". En una celda se encontró con una joven de la unidad básica, Patricia dell' Orto. López vio cómo Etchecolatz dirigió su fusilamiento y el de su marido. Antes de morir, Patricia le dijo a López: "Vos vas a salir de acá. Hacé justicia", añade Rubén.

"Después de tres años detenido, sus patrones le conservaron su trabajo. No participó más en política. Lo único para él fueron su casa y su familia. En el 98 se contactó con esta gente [por las organizaciones de derechos humanos]. Él quería declarar lo que vio y lo que sufrió. Le había hecho una promesa a Patricia. Él nunca nos había contado que había sufrido. Nos enteramos el día de su testimonio. Pero esperaba el día de los alegatos de los fiscales y los abogados [el 18 de septiembre, la víspera de la sentencia contra el ex comisario] porque quería verle la cara a Etchecolatz, que no había oído su testimonio. ", añade.


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