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Muchos ministros y altos funcionarios andan recorriendo el país en una febril carrera de declaraciones y de foros en la que abundan opiniones sobre lo que es y debería ser la política exterior de Colombia. Con graves riesgos, naturalmente, de meter la pata.
Hizo bien la Casa de Nariño sacando esta semana una circular según la cual la política exterior del país la fija y la anuncia exclusivamente el Presidente de la República y la Cancillería.
No se informó sin embargo cuáles fueron las razones que hicieron necesaria la expedición de esta drástica circular, aunque no es difícil adivinarlo. Muchos ministros y altos funcionarios andan recorriendo el país en una febril carrera de declaraciones y de foros en la que abundan opiniones sobre lo que es y debería ser la política exterior de Colombia. Con graves riesgos, naturalmente, de meter la pata.
Pero no basta recordar -como se hizo con esta circular- cuáles son los únicos voceros de la política internacional del país. Se necesita, además, que dicha política se construya coherentemente y se divulgue de manera convincente ante la comunidad internacional. Cosa que no está sucediendo. A menudo se tiene la impresión de un tremendo provincialismo que cree que con unas cuantas frases soltadas en un consejo comunal o en una ceremonia militar se explica nuestra política exterior ante la comunidad internacional.
Y no me refiero a episodios como la nominación de Moreno de Caro para la embajada en Sur África y sus pintorescas declaraciones cuando ni siquiera había recibido el beneplácito del país donde va a representarnos. Quiera hablar, así sea brevemente, de dos ejemplos recientes que ilustran lo delicado de cualquier paso improvisado que se dé en las relaciones internacionales en las actuales circunstancias que vive el país.
Uno de los grandes retos del debate de la “parapolítica” en el que estamos y vamos a continuar inmersos por mucho rato es preservar -al mismo tiempo que los juicios se adelantan- la buena imagen de Colombia en el exterior. Impedir que nos miren como un Estado al servicio de los paramilitares, que obviamente no somos. Y evitar que afuera se lea mal e interprete peor lo que está aconteciendo en Colombia. Como ya lo hizo el “New York Times” esta semana en una nota que da elocuentes pistas de cómo va a presentar la prensa internacional el juicio a los paramilitares y a sus compinches políticos.
Este es un desafío gigantesco en el que no pueden permitirse errores ni improvisaciones. Como éste: hace quince días (cuando comenzaban los interrogatorios a Mancuso) el Ministro del Interior dijo a la entrada de Hatogrande que las declaraciones del jefe paramilitar “no merecían ninguna credibilidad” porque no eran más que el testimonio de un criminal procesado por la justicia. El vicepresidente Santos afirmó, por el contrario, que eran unas declaraciones preciosas para Colombia pues con ellas se podía demostrar ante la Corte Interamericana de Justicia que el Estado Colombiano nada tuvo que ver con las matanzas del “Aro” en Antioquia por las que nuestro país está cuestionado ante dicha Corte. Las declaraciones de Mancuso demostraban fehacientemente -argumentó el Vicepresidente- que dicha matanza había sido ideada y ejecutada por los paramilitares. ¿Al fin qué?
Hace un par de años causó gran estupor en Chile y muy especialmente dentro de su cancillería la denominación del señor Arana en un alto cargo en nuestra embajada ante el país austral, cuando ya existían graves y públicas acusaciones sobre sus vínculos con el paramilitarismo de Sucre. ¿Qué estarán pensando ahora en Santiago sobre la calidad de nuestro servicio exterior cuando la Corte Suprema de Justicia acaba de llamar a juicio al mismísimo ex gobernador Arana?
Con la globalización cada vez son más tenues los linderos entre política interna y externa. Y cualquier cosa que se haga mal en la una necesariamente repercute desfavorablemente en la otra.
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