En torno a un café, conversaban animadamente tres compañeros sobre el desenvolvimiento político de la América Latina de este principio de siglo XXI. Diego, acercándose a los treinta años de edad, el más entusiasta y optimista; Carmen, ya cuarentona, escéptica y a la vez radical y crítica en sus opiniones; Juan, sosegado y reflexivo, con la experiencia y las canas de un sesentón que ha visto muchas cosas.
Olmedo Beluche (Para Kaos en la Red) [08.04.2007 12:42]
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Diego: Definitivamente, Latinoamérica vive una situación completamente nueva. A partir del triunfo de Hugo Chávez en Venezuela, desde el 98, ha cambiado el panorama político hacia la izquierda. Luego vino el triunfo de Lula en Brasil, que acaba de ser reelecto para un nuevo período; Evo Morales en Bolivia; aunque más moderados, pero también expresan un giro a la izquierda, Kirchner en Argentina, y Tabaré en Uruguay. Ni hablar de la vuelta al poder de los sandinistas, dirigidos por Daniel Ortega; incluso, pese a la invasión en Haití ha ganado las elecciones René Preval, digno sucesor de Aristide. Y qué decir del abrumador triunfo de Correa sobre el oligarca Noboa. Sin contar con que, tanto Ollanta en Perú, como López Obrador en México, ganaron las elecciones pero se las arrebataron con el fraude.
Carmen: Sí, pero no te olvides que casi todos los que mencionaste no son más que socialdemócratas, y que la socialdemocracia, desde principios del siglo XX, es una corriente reformista, que habla a nombre del socialismo y del movimiento obrero, pero colabora con el gran capital. Si no me crees, mira a los socialistas europeos lo bien que defienden los intereses de sus propios imperialismos. Ninguno de esos gobiernos que mencionaste ha tomado ninguna medida revolucionaria contra los capitalistas, no pasan de ser neoliberales con algunas políticas sociales. Por ejemplo, la nacionalización del gas de Evo, no ha pasado de un fiasco que asegura a las transnacionales como PETROBRAS, continuar comercializando y obteniendo pingües ganancias. En nada se parecen a la Cuba revolucionaria que en los años sesenta se hizo socialista de verdad. Porque al final, mientras haya capitalismo habrá explotación y lucha de clases. La única salida es el socialismo auténtico.
Juan: Ambos tienen parte de verdad en lo que dicen. Diego, en que hay una nueva situación política. Aunque sea por la vía electoral, ha sido derrotado un modelo que perduró desde los años 80 y 90, con una política económica claramente neoliberal y una democracia (dibuja unas comillas con los dedos) formal en la que el pueblo era un convidado de piedra. Eso estalló por los aires, primero en Venezuela, con el Caracazo del 89, el fenómeno Chávez no es casual. Luego vinieron las sublevaciones indígenas en Ecuador; las casi revoluciones de Bolivia, entre ellas “la guerra del agua” contra la privatización. El zapatismo en México. Así en casi todo el continente, hasta desembocar en la crisis del “corralito” en Argentina. Pero Carmen está en lo cierto, en que no podemos darnos por satisfechos, porque con todo lo progresivos (vuelve y dibuja las comillas) que puedan ser estos nuevos gobiernos, siguen siendo estados capitalistas, donde no se han resuelto el problema del hambre y el desempleo, y donde los proyectos de la derecha siguen vivos y actuando. No hay que perder de vista el objetivo: el socialismo. Y todos nuestros actos deben ayudar a alcanzar ese objetivo, pero con inteligencia. Es decir, no podemos conformarnos con apoyar acríticamente pero tampoco podemos adoptar poses revolucionarias (una vez más las comillas) incomprensibles para el pueblo que se reivindica de estos procesos.
Diego: Me parece que la actitud de Carmen, y de muchas organizaciones revolucionarias en América Latina, es sectaria porque no hacen ninguna diferencia entre los gobiernos neoliberales de la oligarquía al servicio del neoliberalismo y el imperialismo yanqui, y estos nuevos gobiernos que rechazan el neoliberalismo, tienen un compromiso social con su pueblo e impulsan profundas reformas políticas y económicas a través de Asambleas Constituyentes. Y que, por si fuera poco, se atreven a confrontar las órdenes de Washington, se resisten a los TLC y ALCA, y hasta hablan de socialismo, al menos Chávez. El colmo de ese sectarismo lo personifica el sociólogo James Petras, que no hace más que criticar todo.
Carmen: El problema, Diego, (empieza a subirle la sangre a la cabeza) es que para hacer una política revolucionaria, no puedes dejarte llevar por los meros discursos, por la propaganda y las promesas. No puedes dejarte manipular por las apariencias, debes ir a la esencia de los fenómenos. Pregúntate: ¿Qué tipo de estado son nuestros países, obreros o capitalistas? Entonces tendrás la respuesta, pues no puede haber gobiernos verdaderamente socialistas, ni revolucionarios, en el marco de un estado burgués. A partir de eso, construyes la política revolucionaria, la verdadera alternativa socialista, denunciando las inconsecuencias de estos gobiernos detrás de sus discursos.
Juan: Nuevamente tomo algo de cada uno. Por un lado, no podemos ignorar que estamos ante un nuevo tipo de gobierno, así sean capitalistas, que han sido un producto de la movilización popular contra el neoliberalismo y sus consecuencias sociales. Estos gobiernos expresan, así sea deformadamente, esas luchas sociales de los últimos 15 años. Luchas de tipo popular que se han canalizado por la vía electoral; que no han tenido un objetivo socialista, ni siquiera han producido organizaciones de masas que expresen la democracia obrera, como por ejemplo los soviets de la revolución rusa, o la COB del 56 en Bolivia, o los cordones industriales de Chile o Argentina a principios de los 70. Esta realidad objetiva se expresa con todas sus contradicciones y debilidades en los gobiernos que se han mencionado. Como toda contradicción, hay en la nueva situación un lado positivo y un lado negativo. Por ello, pienso que no podemos tratar a Evo como si fuera Sánchez de Losada, como no se puede tratar a Kirchner como si de Menem se tratara; ni mucho menos, obviamente, a Chávez como si fuera Carlos Andrés. Hay una diferencia abismal. La política debe partir por reconocer esa diferencia. A partir de eso, es evidente que los revolucionarios del siglo XXI, los socialistas, y no socialdemócratas, tampoco podemos conformarnos con la adulación y el “todo va bien”. Debemos emplazar y exigir a esos gobiernos medidas favorables al movimiento popular. Y hay que movilizar al pueblo para que las exija. No olvidemos que la historia de Latinoamérica está llena de gobiernos “progresivos” que, al no tomar medidas revolucionarias, por respetar las reglas de la burguesía, dieron paso a rotundos fracasos y retrocesos sangrientos. Baste recordar la “vía pacífica al socialismo” de Allende, que acabó en el golpe de Pinochet. Y no olvidemos que Daniel Ortega dirigió una revolución que terminó en el gobierno de doña Violeta.
Diego: Pero si te pones a criticar estos gobiernos desde afuera, acabas haciéndole el juego a la derecha y al imperialismo, facilitando su derrota, que es lo que la derecha quiere.
Carmen: Pero si te quedas callado y avalas un reformismo que nada cambia, y que no toca la estabilidad del sistema, también le haces el juego a la derecha y al imperio porque no preparas y movilizas al pueblo para que enfrente esos proyecto por andar creyendo en medias tintas que, como prueba la historia, nada resolverán.
Juan: Acá no sirve levantar consignas ultra radicales (más comillas), que cuando la gente las escucha se encoje de hombros y luego sigue, como si nada, pensando: “estos tipos son raros”.No olvidemos que las grandes revoluciones se han hecho con las masas movilizadas por objetivos elementales y democráticos: “paz, pan, tierra y libertad” en la Rusia de 1917. Hay que tomar el antineoliberalismo y el antimperialismo que levantan algunos de estos gobernantes para exigir ser consecuentes en ello, porque en última instancia, la derrota definitiva de uno y otro sólo se alcanzará con el socialismo. Por ello creo que no se trata de criticar desde afuera. Hay que meterse consecuentemente dentro de estos procesos políticos que las masas han construido y en los que siguen creyendo. Si no te metes, si temes que te califiquen de “chavista”, tus opiniones no van a llegar a la vanguardia del movimiento obrero y popular que sí se identifica con el chavismo. Hay que ser parte de estos procesos, como su ala izquierda, su ala socialista y revolucionaria. Desde fuera, apareces como una secta, cuyas opiniones la vanguardia no comprende, ni hace caso. Ello no quiere decir que te hagas funcionario del gobierno, ni que avales todo. La participación debe hacerse desde los movimientos sociales y acompañando la experiencia de las masas. Emplazando, exigiendo, proponiendo nuevos objetivos, señalando cómo debe hacerse para fortalecer a las clases oprimidas y sus organismos de masas, debilitando a la oligarquía. Única manera de crear las condiciones para la toma del poder por la clase trabajadora e iniciar la verdadera construcción del socialismo.
Diego: ¿Qué puedes proponer que sea más concreto para las masas y para el pueblo que lo dicho por Chávez que nacionaliza, que habla del socialismo, que enfrenta cada día al imperialismo norteamericano?
Carmen: ¡Puedo decir que el socialismo es incompatible con las altas ganancias que se está embolsillando el capital financiero en Venezuela, que las nacionalizaciones deben ser sin indemnización! (dice alzando la voz).
Juan: Creo que hay que partir por hacer algunas diferencias entre estos gobiernos. Porque es evidente que tanto Chávez, como Evo, y en cierta forma Correa están más a la izquierda que Lula, Kirchner y Tabaré. Esto se debe a un hecho objetivo: la lucha de clases en Venezuela, Bolivia y Ecuador ha sido más radical y por ello ha producido gobiernos más radicales. No pueden ser tratados igual. La crítica a Lula, por ejemplo, puede y debe ser más dura, pues él ha repudiado su propio pasado expresamente y ha renegado de sus promesas electorales. En Panamá, Martín Torrijos es un socialdemócrata de derechas y neoliberal, así que no hay mucho a su favor que se pueda decir. Chávez, que duda cabe, es un fenómeno distinto, por ello genera simpatías entre todos los pueblos del continente. Su persona expresa tres momentos revolucionarios que ha vivido el pueblo venezolano: el Caracazo, la sublevación del 92 y la insurreción contra el golpe de estado de 2002. Criticar a Chávez, al igual que a Fidel, no es fácil porque están en la primera línea de confrontación con el imperialismo. Lo que no quiere decir que avalemos el culto a la personalidad, el pensamiento único y demás deformaciones del stalinismo. El pensamiento crítico y autocrítico es la esencia del método marxista. Por ello, si hay que hacer críticas, tampoco hay que temer apoyar las medidas progresivas que se tomen. Hay que estar de ese lado de la barricada, para poder emplazar, exigir y criticar.
Diego: ¡Es que Carmen diluye toda la política concreta en el objetivo final, el socialismo, y no ve los matices y las limitaciones que impone la realidad! (Sube el tono).
Carmen: ¡Es que Diego, aunque se dice socialista, renuncia al objetivo en función de un supuesto pragmatismo, que al final no es más que colaboración de clases, que ayuda a la burguesía y llevará al fracaso! (Impone su voz a la de Diego). No te olvides que Panamá tuvo un gobierno así con el General Torrijos y ¿en qué fue a parar? En el gobierno antipopular de Noriega y todas sus inconsecuencias. Un fracaso. ¿Qué lección sacas de eso?
Juan: Calma compañeros. Yo diría que ni uno ni otro extremo son recomendables. El problema que tenemos en Latinoamérica es que la realidad tiene varios niveles de contradicción: uno es la dominación imperialista que oprime nuestras naciones, ello explica el constante resurgir de movimientos y gobiernos nacionalistas burgueses; otra es la contradicción de clases entre obreros y capitalistas, que explica la necesidad de una salida socialista. ¿Qué significa ser reformista o ser revolucionario en la Latinoamérica de hoy? Si por reforma entendemos los cambios que experimenta una situación dada, sin que cambie el fondo o la esencia del fenómeno; por revolución entendemos un cambio sustancial que modifica la realidad a una fase nueva. Sin duda el momento actual del continente es reformista, porque habiendo fracasado el modelo neoliberal, se están imponiendo gobiernos con elementos keynesianos o populista o reformistas burgueses, dicho en términos políticos, pero sin cambiar la esencia del sistema capitalista. La única superación revolucionaria sería la instauración del socialismo.
Diego: Pero las masas ahora no quieren el socialismo. Si van dos candidatos, uno socialista y otro con un programa antineoliberal, o por un “capitalismo más humano”, la gente vota masivamente por el segundo.
Juan: Eso es cierto, en el sentido de que el nivel de conciencia de la gente le permite comprender y aspirar a que se resuelvan sus problemas inmediatos. Y estos son economicistas, como el desempleo, los bajos salarios, la carestía y la pobreza; y/o democráticos, como la corrupción, las leyes represivas, la dominación imperialista vía los TLC, etc. Pero la experiencia histórica y un análisis marxista nos permiten comprender, al menos a la vanguardia, que ninguno de esos problemas se resolverá realmente mientras haya capitalismo, mientras subsista la explotación burguesa.
Carmen: Por eso todos los gobiernos reformistas burgueses del pasado, en América Latina, han fracasado. Porque la burguesía y las capas medias de nuestros países son incapaces de enfrentar consecuentemente ni al imperialismo, ni realizar las demandas democráticas. Baste mencionar a Perón, Getulio Vargas, Lázaro Cárdenas, Morales Bermúdez y Omar Torrijos. Ninguno pudo sacar a nuestros países del atraso.Porque la lucha de clases no admite términos medios: lo que no avanza retrocede. O los procesos se hacen socialistas, o retroceden al control de la oligarquía y el imperio, como ha pasado en todos los casos que menciono. El Ché decía: o revolución socialista, o caricatura de revolución.
Juan: Ahora bien, ¿basta desear o exigir el socialismo para que exista? Creo que no. Para que el salto revolucionario se concrete debe encarnarse en las masas movilizadas como un objetivo, como la única salida a la crisis del sistema capitalista. Evidentemente eso no ha ocurrido todavía. A mi juicio, el arte está en vincular las demandas económicas y democráticas a la tarea histórica de construir una nueva sociedad, el socialismo. Y hay que admitirlo, tampoco los marxistas revolucionarios del continente hemos sido muy exitosos en esto.¿Por qué? Influyen muchas cosas: la crisis y caída de URSS; el desprestigio en que sumió la burocracia stalinista al socialismo, lo cual hace a la vanguardia escéptica de esa alternativa; la debilidad del propio movimiento obrero, producto de las políticas neoliberales; el carácter popular más que obrero de las luchas del último período; la debilidad orgánica de las organizaciones socialistas, en parte producto de esa situación. Todo ello no quiere decir que debamos renunciar al socialismo y conformarnos con lo actual, alegando, como hacen los reformistas de que “no hay condiciones objetivas para el socialismo” y que por ende debemos quedarnos en una larga fase democrática. Trotsky dijo porahí que “la revolución no tiene etapas”, y que la única forma de resolver los problemas de la revolución democrática inconclusa es que los obreros tomen el poder. Pero también agregó que, lo que sí pasa por etapas es la conciencia de los trabajadores, y la única manera de superarlas es que las masas hagan su experiencia. La tarea de los revolucionarios es acompañar esa experiencia ayudando a sacar las conclusiones correctas. Pero no se puede acompañar esa experiencia desde fuera del movimiento.
Diego: ¿Acaso se trata de hacer como ciertos grupos que critican todo, se la pasan haciendo propaganda del socialismo y no son capaces de distinguir la diferencia entre que gobierne Lula y el candidato de la derecha neoliberal?
Juan: De ninguna manera. Cuando digo meterse al movimiento, creo que no se trata de levantar lo que a principios del siglo XX se llamaba el “programa máximo”. Creo que hay que levantar, sin temor ni vergüenza, las consignas democráticas, acompañadas de la conclusión, propagandística, de que sólo con más poder obrero se podrán llevar a cabo consecuentemente. Esa es la esencia del Programa de Transición que levantó Trotsky en 1936.Por ejemplo, si Correa levanta la consigna de Constituyente contra la partidocracia, la corrupción y el neoliberalismo, hay que apoyar, señalando que la mejor Constituyente es en la que participen las organizaciones populares como la CONAIE y no unacontrolada por los políticos de la burguesía como Gutiérrez. Para mí fue un error que el zapatismo y parte de la izquierda mexicana no llamaran a votar con López Obrador, como si fuera igual que Calderón. Estos compañeros no distinguieron que la victoria de López Obrador era un golpe contra Bush y debilitaba al imperio, aunque al final éste no fuera consecuente. Había que meterse buscando que el movimiento masivo contra el fraude encarnara en nuevas formas organizativas de las masas. En Brasil, otro ejemplo, me parece muy bien la construcción del PSOL frente a la traición de Lula y el PT. Pero los compañeros, después de sacar 6 millones de votos en la primera vuelta, hicieron un signo igual entre Lula y el candidato de la derecha y llamaron a la abstención, en la segunda vuelta. En ambos casos, al igual que con Ollanta y Correa, había que llamar al voto a favor de estos candidatos. Voto crítico, por supuesto.
Carmen: ¡Pero eso sería capitularle a la democracia burguesa!
Juan: De ninguna manera, porque lo que hace la diferencia entre reforma y revolución es la movilización de masas. Si estas se movilizan por un objetivo reformista o democrático, como la Constituyente, o el respeto al sufragio, la situación se vuelve revolucionaria, porque cuestiona el orden establecido. Si las masas no se movilizan y dejan todo en manos de los gobiernos, no pasaremos de la fase reformista. Había una máxima de Marx que se ha olvidado: siempre es mejor un régimen democrático burgués que uno totalitario, porque de lo que se trata es de lograr las mejores condiciones posibles para que el movimiento obrero luche, se construya y haga su experiencia. Parafraseando, al momento presente, yo diría que es mejor un gobierno “populista” que uno abiertamente neoliberal.
Carmen: ¿O sea, que tú en vez de identificarte como socialista te reduces a ser chavista (ahora los deditos los mueve ella)?
Juan: En Venezuela, ¿Hay que meterse al PSUV de Chávez? Es un debate interesante, y no me parece que sea condenable a priori ni una ni otra posición, siempre y cuando se sea el ala izquierda, consecuente, que denuncie a los funcionarios corruptos y se emplace por medidas progresivas y revolucionarias para concretar el socialismo. Claro, eso sólo lo puedes hacer desde el movimiento de masas, que es chavista, sin ninguna duda. A mi parece genial que una personalidad como Chávez reivindique el socialismo, y hasta la hable de Trostky. Todo eso ayuda a la vanguardia a recuperar la memoria histórica y las experiencias pasadas. Pero, Chávez es una personalidad excepcional. Por eso no veo que se plantee la misma situación que en Venezuela, en ningún otro lado. Por ello es más fácil, sin ir a extremos sectarios, ser más críticos con Daniel Ortega, Rafael Correa, Krichner, Lula, Tabaré, y hasta el propio Evo.
Ha pasado un buen rato, el café se ha acabado. Todos quedan pensativos por un momento. Se dan la mano y se despiden. Amanecerá y veremos.
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