De El Tribuno, Salta, Ar.
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Los biocombustibles se convirtieron, casi por sorpresa, en la vedette energética del continente. Y como a toda vedette, hay quien la aplaude y quien la critica, pero ni unos ni otros son neutrales. Hablan por interés.
Según Celso Lafer, ex canciller brasileño, el acuerdo estratégico sobre biocombustibles entre Brasil y Estados Unidos constituye un giro en las relaciones de Washington con América latina.
Brasil recibirá, sólo para la construcción de nuevas fábricas de etanol, 14.000 millones de dólares en los próximos 10 años, y las nuevas usinas serían entre 77 y 100. La inversión extranjera directa (IED) que atraerá Brasil en biocombustibles en estos 10 años superará los 100.000 millones de dólares.
"El significado político-estratégico del acuerdo entre Lula y Bush, que convierte a Brasil en aliado de EE.UU. en una política destinada a modificar la matriz energética global, ha sido advertido por el presidente Hugo Chávez, y por sus aliados en la región" -advierte el experto argentino Jorge Castro-.
Chávez asegura, con su retórica apocalíptica, que "el etanol y los biocombustibles son absolutamente irracionales y antiéticos. Pretender usar el agua y las buenas tierras, que para fabricar combustible me parece cosa de locos de remate."
El enojo bolivariano
Chávez asienta su histriónica presencia en la región en sus reservas petroleras, es decir, en un rubro que compite con los biocombustibles. En su apoyo salió esta semana Fidel Castro, a través de artículos que llevan su firma. Cuba no dispone de energía y Chávez se la garantiza; a cambio, el veterano líder ratifica los sueños del militar venezolano de convertirse en el heredero de la revolución.
Pero Brasil, Argentina y Uruguay, que cuentan con praderas abundantes para producir soja, caña de azúcar y maíz en abundancia ven en el proyecto la llave de muchas soluciones a problemas esenciales.
Grandilocuente como siempre, Castro afirma que se trata de "la internacionalización del genocidio". "Dónde y quiénes van a suministrar los más de 500 millones de toneladas de maíz y otros cereales que Estados Unidos, Europa y los países ricos necesitan?, ¿dónde y quiénes van a producir la soja, las semillas de girasol y colza, cuyos aceites esenciales esos mismos países ricos van a convertir en combustible?", se pregunta el anciano líder que jamás logró resolver el problema energético de la isla.
Las razones de Lula
El problema que se plantea es a todas luces político e ideológico. "Creo que está habiendo una cierta incomprensión al afirmar que la producción de biocombustibles crearía problemas para la producción de alimentos", dijo principal asesor internacional de Lula, Marco Aurelio García.
"En primer lugar, el hambre el mundo no es un problema de falta de alimentos, es de falta de renta. En segundo lugar, hemos demostrado que las tierras cultivables en Brasil para biocombustibles no son tierras propias para la producción de alimentos", aseguró.
Donde no hay energía, hay pobreza
En todo el planeta, la carencia de energía es directamente proporcional a los índices de pobreza. Como la energía representa, la mismo tiempo, poder, da lugar a fuertes confrontaciones, y hasta guerras.
Hoy, las fuentes son los ríos, los hidrocarburos y la energía atómica; poco a poco se vienen desarrollando otras alternativas, como los biocombustibles, la energía solar y la eólica. Todas tienen sus ventajas y sus desventajas. Por eso, los programas energéticos son claves. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo -PNUD -considera que todo plan sostenible para reducir la pobreza debe garantizar la provisión de energía a costos accesibles y la preservación del ambiente natural.
Actualmente, 2.000 millones de personas en todo el mundo siguen careciendo de suministro de electricidad y dependen de combustibles tradicionales para la cocción de alimentos. También los modernos servicios de energía son fundamentales para proporcionar oportunidades de trabajo, atención de la salud e infraestructura que mejoren las oportunidades y eleven los niveles de vida.
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